Había una vez…

Se despertó en medio de la noche.

De hecho, se despertaba constantemente con el más leve ruido o con el movimiento de su amada, quien dormía de forma placentera, a su lado. Él, contemplaba las sombras que se formaban y se transformaban a lo largo de las paredes de su habitación mientras los minutos se hacían horas y las horas… bueno, más largas.

Su mente lo castigaba de antemano por lo que pensaba hacer.

Oliver Tinman era un hombre exitoso, con una gran ambición por crecer tanto en la compañía en la que trabajaba como por convertirse en una pieza irremplazable de la sociedad.

Su imagen ante el mundo era impecable. Su talento para el análisis, la resolución de problemas en momentos de alta presión y poco tiempo de reacción le ganaron la admiración de sus pares y los más influyentes miembros de su empresa y su comunidad.

Oliver gozaba de un “aura” de “líder de las nuevas generaciones” que le brindaban un respeto y un status simbólico que contribuían a una reputación intachable ante todo aquel que escuchaba su nombre.

Claro, porque no era necesario conocerlo. Su fama le antecedía.

Para Oliver, sin embargo, esta fama, aunque la disfrutaba, también era una carga y un poder que, como dicen “con un gran poder, viene…”, bueno, ya saben el resto.

Nadie pensaría que ese “líder”, intachable, en la realidad, ni siquiera podía dominar sus pensamientos. Nadie pensaría que el Oliver admirado, no era más que un océano de voluntad con apenas un centímetro de profundidad.

Pero, donde más se reflejaban los miedos de Oliver y donde su máscara, impuesta por los demás y adoptada voluntariamente por él, era en su vida amorosa.

Cris, la chica a su lado era, esta vez, el motivo de su falta de sueño. Aunque él desearía que fuese por otras razones, la presencia de esa mujer no lo dejaba conciliar la calma en esa tormentosa noche de junio.

Para Oliver, la relación llegaba al punto en el que debía tomar la decisión de seguir adelante y formalizar lo que tenían. Pero, en su mente, llegaba el fantasma de siempre: ¿será este el momento de sentar cabeza?

Una y otra vez, Oliver comenzaba una relación y al poco tiempo, sus pensamientos le comenzaban a cuestionar no lo que sentía si no lo que podía llegar a sentir. Sus inseguridades, sus miedos, sus experiencias y su orgullo eran amos y señores de su presente y su futuro.

Aunque intentaba combatir esos pensamientos, Oliver también llegaba a aceptar que no los enfrentaba con la fortaleza con la que podía hacerlo, algo que también le hacía pensar: ¿será que de verdad quiero luchar ante esto?

Cris se movió a su lado y Oliver perdió la línea de pensamiento que lo alejaba de disfrutar ese momento de paz con quien había compartido los últimos 11 meses. Ahora, el viento acompañana la lluvia que caía copiosamente.

Cris entró a su vida, como lo habían hecho las últimas cinco mujeres con las que había intentado construir algo. Una mujer vibrante, llena de energía, amor y confianza.

Sin embargo, todo se desmoronó en el viento, como castillo de arena que regresa lentamente a sus orígenes sin la ayuda de otros. La fórmula de Oliver: dejar que todo tome su rumbo hacia encontrar el ritmo al que se movía antes de que él decidiera agitar las arenas del tiempo.

Noche tras noche, solo o acompañado, Oliver pensaba en lo que le pasaba. Cómo su mente lograba dibujar los paisajes más catastróficos y apocalípticos para su relación de turno y cómo su mente autodestructiva siempre ganaba la partida. No podía comprender como un hombre con una mente tan analítica y exitosa para los negocios estuviera en su etapa más subdesarrollada para hacerle frente a las emociones entre dos seres humanos.

La noche pasaba y los minutos no hacían que la batalla en su mente fuese más sencilla. Ni siquiera los rayos que iluminaban su rostro podían alejar su mente de esas oscuras ideas.

Por un lado, los bellos recuerdos con Jo le hacían llenar su pecho de valentía con una motivación renovada para seguir adelante y luchar. Pero un segundo después, como payaso de película de terror, sus temores convertían esas memorias de gozo y felicidad en el escenario perfecto para un drama digno de Shakespeare.

Los minutos seguían su lento avance y Oliver no encontraba la paz para buscar a su querida Cris, quien era la fuente de su felicidad pero también de su intranquilidad autoinflingida. Afuera, el clima reflejaba a la perfección la tempestad de su corazón.

“Así que no podés dormir”

La voz de Cris sacó a Oliver de su caída libre en la espiral de sentimientos encontrados. Volteó su rostro y miró a Cris, quien movía su mano para acariciar su barba en la oscuridad.

“Sí. Creo que la tormenta me tiene preocupado”. No mentía. Solo que Cris nunca sabría de la verdadera tormenta que le quitaba la tranquilidad y le robaba el sueño.

“Tranquilo. Ya pasará. No es como si esta tormenta fuese a destruirlo todo.”

“Tal vez sí”, pensó Oliver.

“Vamos a dormir, cariño. Es mañana será todo distinto.”

“Está bien, cariño. Lo intentaré. Buenas noches, Cris.”

Las horas se consumieron hasta dar paso a la primera luz del día. Cris seguía durmiendo. Oliver, nunca logró hacerlo.

La tormenta había tenido su efecto. Muchos fueron los damnificados. Los daños podían repararse con el tiempo, pero nada, nunca volvería a ser como era antes. Esa era la realidad. La noche había dejado su huella.

De alguna manera, sin que Cris lo supiera, en ese instante el “buenas noches” de Oliver se convirtiría en un “adiós”.

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