STS-51-L

Dejar a su familia atrás para cumplir un sueño de realización personal o profesional es un reto que muchos tienen que sortear en su vida.

El anhelo de lograr un objetivo  que cambie el mundo o simplemente conseguir aquello que, en su familia, nadie antes lo ha logrado brinda la motivación para desprenderse de sus raíces, pero el peso del sacrificio es el mismo.

No obstante, el sueño de Gregory Jarvis, lo impulsaba a sacrificarlo todo con el objetivo de crear un mejor mañana para los habitantes del mundo y de paso, aprender más de los elementos que nos acompañan en el espacio.

Greg sabía que debía conocer y convertirse en un experto de las nuevas tecnologías que prometían revolucionar la forma en la que la humanidad se comunicaba e interactuaba. Greg soñó por años en convertirse en el próximo Bell, Tesla o Marconi. Lo que nunca imaginó es que su camino lo conduciría a las estrellas.

Tras años de estudio en varias universidades del país y de acumular invaluable experiencia en el mundo de las telecomunicaciones y sus beneficios para la sociedad y el campo militar, Greg fue llamado a integrar la División Espacial de la Fuerza Aérea hasta convertirse en Capitán.

Greg se mantenía en permanente contacto con su familia, pero por su rol de líder y referente en su campo, le era imposible visitarlos en su natal Michigan.

El teléfono se convirtió en su mejor aliado y gracias a este invento que una vez fue su inspiración, ahora podía contarle a su madre el día a día de vivir un sueño.

“Me alegra que hayás resuelto el problema con los circuitos de la semana pasada”, le comentaba su madre, quien se mantenía al tanto e intentaba recordar tanto como pudiese de los detalles que su hijo compartía con ella.

“Sé que te digo muchas cosas técnicas y a veces parece que hablo sin sentido, pero te aseguro que una vez logremos estabilizar esos componentes de una vez por todas, grandes cosas vendrán”, comentaba Greg, quien sabía que llenaba de gran orgullo a su familia y en especial a su madre.

Greg no se equivocaba.

Durante los siguientes años, fue llamado a integrar equipos multidisciplinarios que se encargaron de diseñar, instalar y poner en órbita satélites de comunicación y naves espaciales para la NASA.

En julio de 1984, Greg recibió la noticia que cambiaría su vida y lo pondría a las puertas de alcanzar el sueño máximo de su infancia: había sido seleccionado como especialista en la próxima misión del transbordador espacial.

“Te lo juro”, le contó a su madre mientras sostenía la carga de la NASA en sus manos, “me eligieron gracias al trabajo de los circuitos. Esos benditos circuitos por fin están dando sus frutos, madre.”

“Lo merecés más que nadie. Estamos sumamente felices. Tu padre y yo le contaremos a todos de inmediato. No puedo esperar para verte antes del despegue”

“Prometo ir pronto a visitarles. Espero que la NASA y las FF.AA. me den el chance de tomar unas vacaciones. La verdad es que no sé cómo funciona el proceso una vez alguien es seleccionado en una misión de estas. Pero te estaré avisando.”

Aunque la fecha de despegue estaba prevista para el 28 de enero de 1986, el riguroso entrenamiento, el hermetismo alrededor de los objetivos de la misión y las tareas pendiente de Greg antes de dejar las FF.AA. para pasar a la NASA le impidieron cumplir su promesa.

Es por esto, que su llamada la noche anterior al despegue fue la más importante de su vida, ya que, estaba a las puertas de pavimentar el camino para comenzar a cambiar el mundo.

“Estoy bien. Ansioso pero tranquilo de que sé lo que debo hacer y que la preparación ha sido exhaustiva. No han dejado nada al azar y eso me ayuda a controlar mis nervios. Espero no fallarle a la NASA”, le dijo Greg a su madre.

“Tranquilo. Estás ahí porque la NASA, al igual que todos aquí, sabemos que sos el mejor para el trabajo.”

“Tus tíos y sus familias viajaron a Detroit. Están aquí con nosotros para ver el despegue por televisión”, comentó la madre de Greg.

“Gracias, ma. Espero que el tiempo colabore y no haya ningún retraso en la misión. Siento que hay algo que no está bien. Pero creo que pueden ser mis nervios haciéndome pensar más de la cuenta.”

“Tranquilo. Todo estará bien. Es la NASA, no el Club de Ciencia de la escuela donde hacías cohetes con Mentos y gaseosas”, bromeó su madre.

“Lo sé, madre. Pero bueno. Ya tengo que irme. Gracias por el apoyo. Saludame a los tíos y deciles que una vez toque Tierra, estaré viajando a Detroit. No quiero posponer ese viaje un día más”

“Buenas noches, Greg.” Mañana tu papá, yo y el resto de las familias te veremos tocar las estrellas.

“Buenas noches, mamá.” “Prometo bajar una de ellas para ti”.

De alguna manera, sin que ambos lo supieran, en ese instante su “buenas noches” se convirtió en un “adiós”.

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